Hola, ¿cómo estáis? Espero que bien.
Todo ocurrió de un minuto para otro. Salí a pasear temprano sin conocer la noticia, saqué una foto a la catedral desde Las Vistillas y, cuando regresé a casa, me encontré a la portera con cara de preocupación: “El primero derecha va a ser un hostal. Tiene tres habitaciones. Mañana abre”, me dijo. Después de charlar con ella, llegué a la conclusión de que lo que iba abrir no era exactamente un hostal, sino un Airbnb sin licencia.
Subí a mi casa y la sentí diferente. Como si hubieran entrado a robarme algo más que la paz vecinal. Encima del escritorio estaban los apuntes de mi oposición y, en la pantalla del ordenador, una imagen del Beato de Liébana: códice de Fernando I y Dña. Sancha donde animales y hombres con la cabeza despegada caían al inframundo.
Hace mil años, en el SXI, cuando se iluminó este códice, el mal estaba representado por serpientes, nuestra oscuridad interior, y dragones de siete cabezas, el terrible Imperio romano. Sin embargo, hoy, en la Europa del siglo XXI, el horror se encarna en el señor de Burgos que ha abierto un Airbnb ilegal, como casi todos los que hay en Madrid, en el primer piso de mi edificio gracias a la desidia institucional. “Amenities de la marca Rituals”, dice el anuncio. “Excelente apartamento y excelente ubicación. Mejor que un hotel de cinco estrellas”, comenta una turista. “Solo se alojará gente de alto standing”, dijo el propietario del piso en la reunión de vecinos. “Ejecutivos”, recalcó.
Llevo varios días leyendo noticias sobre las viviendas de uso turístico. Cada vez que tengo un problema, me calmo investigando sobre lo que me pasa. En un artículo de Vozpópuli publicado el pasado febrero, Vicente Pérez Quintana, responsable de Urbanismo y Vivienda de la Federación Regional de Asociaciones Vecinales de Madrid, dice: “Hablamos mucho de la España vaciada, pero la Gran Vía es también España vaciada”. El titular del texto apunta: “En Sol ya hay más Airbnb que menores de edad”. Quien no viva en el centro de Madrid quizás no sea consciente de hasta qué punto está devorando el turismo la parte histórica de la ciudad. “Donde estaba El mollete ahora ha abierto un sitio que se llama Traveler Hot-Dog”, le escribí a mi padre esta misma semana. A menudo creo que vivir aquí es una forma de resistencia.
En el siglo VIII, un monje llamado Beato (que es el masculino de Beatriz) escribió en el Monasterio de Santo Toribio de Liébana un Comentario al Apocalipsis de San Juan que se copió e iluminó en diversas ocasiones durante la Edad Media. El Apocalipsis es un libro de consuelo, el anuncio de que después del sufrimiento vendrá una vida mejor. Mirar las imágenes de los beatos me reconforta por su belleza, pero también pienso que ojalá nuestro apocalipsis fuera tan estético como el que anuncian estos códices medievales. Lo que peor llevo de esta agonía del mundo es lo cutre y lo hortera que es.
Si queréis ver más imágenes del Beato de Liébana: Códice de Fernando I y Dña. Sancha, lo tenéis digitalizado en la Biblioteca Digital Hispánica. Es una maravilla en la que podréis ahogar vuestras penas cada vez que sintáis que el mundo se acaba. Además, hasta el 27 de agosto estará expuesto en la Biblioteca Nacional de España. Os animo a que os acerquéis a verlo.
✨ Música para la duermevela
La banda sonora de hoy también es apocalíptica y bella. El descenso, de la cantante Caliza, es un disco que, aunque trate sobre la emergencia climática, produce alivio escucharlo.
Me gustan varias canciones, Nuestros restos, por ejemplo, tiene un estribillo genial que me apela directamente: Vamos a documentar el mundo para cuando sea irreconocible, dice.
Pero el tema que hoy os quiero recomendar es la Fiesta del colapso.
Yo quiero sobrevivir aunque el mundo ya dé asco. Quiero bailar junto a ti en la fiesta del colapso.
🕯️Si queréis compartir conmigo algún consejo sobre cómo deshacerse de un Airbnb ilegal o sobre cómo lidiar con el fin del mundo, podéis responder a este correo o dejar un comentario. Estaré encantada de leeros.
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Un abrazo fuerte,
Gabriela
¡Gracias! Cuánta belleza
Gabriela, me ha encantado, siento que como vamos teniendo perspectiva o recorrido empezamos a darnos cuenta de que van desapareciendo uno tras otros los lugares y costumbres que hicimos nuestros y que una especie de nada va apropiándose de nuestros significados. Cuando me conmueve la destrucción de la naturaleza o de la ciudad suelo acordarme de Micheal Ende, de la legión de hombres grises que dormirán en tu primero derecha. No son los sitios solamente, no es exactamente el fin del mundo, es también el fin de nosotros mismos, nos arrancan un bar, nos extirpan un parque, nos adulteran los barrios y la memoria va embrollándose poco a poco en plan onírico. Me cuentan mis padres que apenas hemos empezado a sentirlo. Será necesario pasar por esto e inventarse un nuevo nombre para la Emperatriz Infantil.