🌑 La noche cíclica
Saludos desde mi guarida 🕯
Esta carta llega un día tarde. Me dejé llevar por el agradable caos del verano. Acabo de regresar a Madrid después de pasar una semana en la playa con mi familia. En este viaje, mi hijo ha entendido por primera vez lo que significan las vacaciones; ha descubierto que el año que viene volverán. El tiempo es un concepto difícil de aprender para las criaturas. Desconocen qué quiere decir hoy o mañana, pero comprenden con facilidad las secuencias y las repeticiones: que el sol sale y se pone, que después de cenar hay que acostarse. En las aulas de infantil, las maestras dedican muchas horas a trabajar las rutinas y a observar el paso de las estaciones en la naturaleza. En verano los horarios se rompen, el tiempo se dobla. Los niños y las niñas trasnochan. Pasean por las calles oscuras de pueblos y ciudades nuevos. Antes de ayer visité con mi marido y con mi hijo el faro de Cádiz pasada la medianoche. Cruzamos la playa de La Caleta hasta el fuerte de San Sebastián iluminados por la misma luz que alerta a los barcos de las rocas. Queríamos situarnos al pie del faro, verlo desde abajo, tocar su base, pero al final del camino nos encontramos con una verja oxidada que nos impedía el paso. Quizás lo mejor de esta aventura fue no poder llegar hasta el destino, quedarnos con el misterio de lo que encontraríamos al otro lado.
Los veranos de la infancia son mis recuerdos más felices. A veces me pregunto si estaré haciendo lo suficiente por dejarle experiencias memorables a mi hijo, pero tampoco recuerdo que mis padres me ofrecieran nada extraordinario. Creo que era esa laxitud de horarios la que me hacía feliz. También la posibilidad de enfrentarme a miedos y a misterios nuevos. ¿Hay algo más aterrador y divertido que un niño pequeño bañándose en el mar? Las pesadillas resultan menos amenazantes cuando estamos de vacaciones: “Los monstruos viven en el bosque, pero por las noches se acercan a los jardines a beber el agua con cloro de las piscinas”, me dice mi hijo antes de dormir. Anoto todas las pesadillas y temores que me cuenta en un cuaderno.
Admirando las estrellas que nunca se ven en Madrid, mi padre se acordó de La noche cíclica de Borges y nos invitó a mi hijo y a mí a que memorizáramos juntos sus primeros versos:
Lo supieron los arduos alumnos de Pitágoras: los astros y los hombres vuelven cíclicamente;
Todo vuelve, todo se repite. Tanto lo terrible como lo feliz. Desconozco la mitad de las referencias del poema de Borges, pero me da igual. No tengo ni idea de cuál fue la noche cóncava que descifró Anaxágoras, pero cuando leo el verso me siento hermanada con el cosmos y con los griegos. En lo cíclico se esconden infinidad de misterios.
Aunque podría parecer lo contrario, porque ya es la tercera vez que os hablo sobre un poema, no soy una gran lectora de poesía, pero tengo la suerte de vivir rodeada de personas que sí lo son y me enseñan versos que me ayudan a entender mejor el mundo en el que vivo. Cuando memorizas un poema, éste te acompaña para siempre, es algo parecido a una oración. La noche cíclica me recuerda que solo soy una piececilla pequeña dentro de un enorme engranaje. Que no soy ni tan importante ni tan responsable de la felicidad de nadie.
Que disfrutéis mucho del verano, que trasnochéis, que miréis las estrellas, que rompáis el tiempo. Os volveré a escribir dentro de un par de semanas.
Un abrazo fuerte,
Gabriela.
✨ El poema
Lo supieron los arduos alumnos de Pitágoras: los astros y los hombres vuelven cíclicamente; los átomos fatales repetirán la urgente Afrodita de oro, los tebanos, las ágoras. En edades futuras oprimirá el centauro con el casco solípedo el pecho del lapita; cuando Roma sea polvo, gemirá en la infinita noche de su palacio fétido el minotauro. Volverá toda la noche de insomnio: minuciosa. La mano que esto escribe renacerá del mismo vientre. Férreos ejércitos construirán el abismo. (David Hume de Edimburgo dijo la misma cosa) No sé si volveremos en un ciclo segundo como vuelven las cifras de una fracción periódica; pero sé que una oscura rotación pitagórica noche a noche me deja en un lugar del mundo que es de los arrabales. Una esquina remota que puede ser del Norte, del Sur o del Oeste, pero que tiene siempre una tapia celeste, una higuera sombría y una vereda rota. Ahí está Buenos Aires. El tiempo que a los hombres trae el amor o el oro, a mí apenas me deja esta rosa apagada, esta vana madeja de calles que repiten los pretéritos nombres, de mi sangre: Laprida, Cabrera, Soler, Suárez… Nombres en que retumban (ya secretas) las dianas, las repúblicas, los caballos y las mañanas, las felices victorias, las muertes militares. Las plazas agravadas por la noche sin dueño son los patios profundos de un árido palacio y las calles unánimes que engendran el espacio son correderos de vago miedo y de sueño. Vuelve la noche cóncava que descifró Anaxágoras; vuelve mi carne humana la eternidad constante y el recuerdo ¿el proyecto? de un poema incesante: “Lo supieron los arduos alumnos de Pitágoras…”
La noche cíclica - Jorge Luis Borges
✨ Música para la duermevela
Brossa d’Ahir de Pep Laguarda y Tapinería es el disco que más veces he escuchado en mi vida. Me gusta porque me pone en un estado mental muy agradable para escribir. Se grabó durante un verano en Mallorca. Todas sus canciones son fascinantes, pero Una Paüra es la que mejor captura la atmósfera de misterio de las noches de verano.
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