Hola, queridas y queridos:
Es un hecho, apenas leo. Estoy rodeada de libros, pero el estudio no me deja casi tiempo ni para escribir ni para sumergirme en ninguna historia. A veces siento que me he vuelto analfabeta y que los libros que acumulo en las estanterías de mi casa están llenos de caracteres indescifrables.
Durante los últimos días he estado investigando los libros de horas. No ocupan una parte muy grande del temario de mi oposición, pero cuando hago descansos, me entretengo mirándolos en las webs de las bibliotecas nacionales de Europa. Estos códices iluminados tuvieron su época de esplendor durante la Baja Edad Media. Se trata de libros hechos a mano al gusto del comitente, donde se recogen calendarios y las principales plegarias del día ajustadas a las horas canónicas. Se diseñaban para rezar, pero, sobre todo, para acompañar a sus dueños y ser admirados por ellos. Los ilustraban los mejores pintores y los encargaban las grandes personalidades de la época: Duc de Berry (1410), Carlos V (1500), María de Borgoña (1477). A menudo, cuando estos libros cambiaban de dueño, se repintaban los escudos y se borraban los retratos de sus antecesores. Hoy, al mirar sus miniaturas es posible aprender sobre religión, sobre costumbres de la Baja Edad Media y sobre episodios de la vida de sus antiguos propietarios. Hay textos que acompañan a las imágenes, pero no sé leerlos. Para mí, sus letras albergan el mismo misterio que para los analfabetos.
En el siglo XXI la iconografía religiosa sigue teniendo un enorme poder didáctico. Lo he comprobado varias veces con mi hijo. Recuerdo una tarde que jugábamos al balón frente a la catedral de la Almudena, el niño, que entonces no tendría tres años, señaló una escultura de piedra que se erigía detrás de mí. Le dije que era San Pedro y que lo que tenía en la mano eran las llaves del cielo. Le pareció fascinante. Desde entonces comenzamos a visitar iglesias en nuestros paseos y, así, talla a talla, fresco a fresco, retablo a retablo fue aprendiendo la historia de la Virgen María, de San José, de Jesús y de multitud de santos sin que yo tuviera que explicarle demasiado.
El verano pasado su interés se centró en la crucifixión, que la descubrió un domingo que acompañamos a mis tíos a misa. Pasó los treinta minutos que duró la ceremonia observando el gran crucifijo que colgaba sobre el altar. A la salida, no paró de hacer preguntas: “¿Quién clavó a ese señor en una cruz?” “¿Por qué lleva una corona de espinas?” A partir de este momento todas sus pesquisas religiosas se centraron en tratar de resolver estas dudas. Los pasos de Semana Santa, una visita con su padre al Museo del Prado y otra conmigo a monasterio de El Escorial le ayudaron a hilar toda la historia. A día de hoy, es capaz conectar la última cena con la resurrección.
Esta forma de leer sin leer en la que estoy inmersa es extraña. Me asomo a la intimidad personalidades fallecidas hace seiscientos años y las siento cercanas.
María de Borgoña acaba de perder a su padre, está dibujada junto a la Virgen. En primer plano, su madrastra. Este libro de horas empieza en un tono sombrío, se cree que para conmemorar la muerte del padre fallecido en la batalla de Nancy (1477). La luz va entrando en el manuscrito a medida que avanzan los meses de duelo. Imagino a María de Borgoña expresando anhelos y penurias mientras sujeta este libro que ahora observo donde la historia de los evangelios se mezcla con su biografía.
Hoy pienso que prefiero experimentar la religión a través de la iconografía que mediante la doctrina; hay mucho más espacio para la imaginación. Quizás por eso a los niños, que no leen y solo miran, les resulta más sencillo que a mí comprender la resurrección.
Si queréis pasar un rato gozoso, aquí podéis acceder a los libros de horas de María de Borgoña y del Duc de Berry.
Y, como colofón, quiero haceros dos recomendaciones:
En la web de La Felguera, una de mis editoriales favoritas, se puede comprar la lámina de El libro de horas de Duc de Berry que introduce este texto.
Si os interesan mínimamente los libros medievales, os animo a que sigáis la cuenta de Instagram @visions_of_manuscripts curada por María Pandiello, doctora en historia del arte, experta en códices iluminados y autora de Visiones de fuego, un libro sobre manuscritos alquímicos que aún no he leído, ya os imagináis por qué, pero que conseguiré en cuanto pueda. También lo edita La Felguera.
✨ Música para la duermevela
Y, para terminar, una canción que me gusta, pero que no entiendo qué dice. Se trata de una versión en árabe de Mirza, del cantante francés Nino Ferrer.
🕯️Si compartís conmigo la fiebre por los manuscritos iluminados, podéis recomendarme vuestro códice favorito respondiendo a este correo o dejando un comentario. Estaré encantada de leeros.
🕯️También estoy en Instagram y en Twitter.
Un abrazo fuerte,
Gabriela
¡Qué delicia de texto e imágenes!.
También me fascinan los libros de horas, por ese universo que encierran, lleno de belleza y evocaciones.
Las enseñanzas de las imágenes religiosas son infinitas y algunas se graban a fuego en la memoria. Además ofrecen la posibilidad de contemplar los mismos hechos desde distintas percepciones, según el artista que lo muestra.
Me daba pena llegar al final del correo nocturno a media que avanzaba en su lectura!
Un abrazo!
A mí me tiene fascinado la iconografía religiosa en general y la católica en particular. Siempre echo en falta el tiempo para dedicarle a un buen estudio del tema, porque me parece bellísimo y evocador. Me ha encantado leer tu newsletter por la información, pero también por ayudarme a imaginar esos instantes en los que una talla, una escultura, nos hace preguntarnos cosas (con la mirada inocente del niño).