👁️ Visión tropical
Queridas y queridos:
Regreso a vuestros buzones en estos días de difuntos.
Llevo más de un mes sin ver bien Se me enquistó un orzuelo en el ojo izquierdo, no puedo ponerme lentillas y, desde hace varias semanas, sobrevivo con unas gafas viejas, rayadas y mal graduadas. No me reconozco en el espejo. Viajé con mi cara nueva y mi visión borrosa hasta Cuba. Durante los diez días que pasé en el Caribe, me quité las gafas de vez en cuando para recordar quién era.
En La Habana mi casa estaba en el piso trece de la torre Retiro Radial. Lo que más me gustaba de mi apartamento era la ventana que había dentro de la ducha. Desde allí veía edificios desdibujados mientras me enjabonaba la cabeza. Si era de noche, localizaba los sectores de la ciudad en los que había apagón. Sin gafas, solo podía diferenciar las manchas de oscuridad de las de luz.
Me invitaron a La Habana para hablar de un libro en el que siempre tengo veintinueve años y acabo de perder a mi madre.
En Cuba, con mis gafas viejas, la gente me quitaba años. “¿Eres estudiante?”, me preguntaban. “Pero si tengo casi cuarenta”, les respondía. El truco de la eterna juventud era taparse la cara. No reconocerse. Viajar hasta el Caribe para que la humedad, el calor y el jugo de mamey te rellenen las arrugas de la cara.
Di un paseo en descapotable rojo con Elaine, Shabely y David. Levantamos los brazos en un túnel que cruzaba bajo el agua hasta el Cristo de La Habana. Por las noches, en los bares y en los teatros, novelistas y dramaturgos me contaban historias de la gente que se va. Me decían que todas las semanas recibían mensajes de alguien que vendía su casa y todo lo que tenía para pagar un pasaje a Nicaragua y emprender, desde allí, su camino hasta los Estados Unidos. Un coyote cuesta 10.000 dólares. “Mi novio se fue”, “mi hermana se ha marchado”, “hace un mes un amigo se ahogó en el río Grande”, “hace dos semanas encontraron a un bebé abandonado en la selva”. “Menos mal que estaba vivo”. “¿Qué les pasaría a los padres para que tuvieran que deshacerse de la criatura?”, preguntó un chico antes de que apagaran las luces del teatro. Empezó la función. Vi una obra que se llamaba Gritadero que hablaba sobre la necesidad de gritar. Al día siguiente, vi otro espectáculo en un espacio con grandes ventanales que iluminaban el escenario. Se llamaba Luz. En esta función la gente cantaba. Todo esto lo observé con las gafas rayadas y mal graduadas. Aún no sé lo que significa protagonizar el mayor éxodo de la historia de un país. Disfruté de la ciudad, de la compañía, de los textos que leyeron autores y autoras cubanos (uno sobre zombis, otro sobre el pelo), del teatro, de los paseos por La Habana Vieja y por El Vedado. Cuando regresé a casa, el clima seco de Madrid envejeció y arrugó mi cara. Visité el supermercado de mi calle. Allí, rodeada de toda la comida que no se encuentra en La Habana, recordé con añoranza mi juventud tropical.
✨ Cine para la duermevela
Hoy, en lugar de una canción, os recomiendo el corto experimental P.M. (1961) de Sabá Cabrera Infante (hermano del escritor Guillermo Cabrera Infante) y Orlando Jiménez-Leal, que retrata la noche cubana. El corto fue censurado cuando se estrenó en 1961 porque consideraron que no representaba el espíritu de la revolución.
Lo que más me gusta de esta película es que la noche sea una isla a la que se llega en barco.
Un abrazo fuerte,
Gabriela
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